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Cuentos Clásicos del Norte

los salones donde se había celebrado el último festival que gobernadores británicos ofrecieran en la antigua provincia de la bahía de Massachusetts. Se cree que el coronel y la joven dama poseían alguna secreta inteligencia respecto del misterioso espectáculo de aquella noche. Sea como quiera, este conocimiento jamás se hizo general. Los actores de esta escena se desvanecieron en sombras más profundas aún que aquella banda de indios salvajes que arrojó a las olas la carga de los buques de te, mereciendo así ocupar un puesto en la historia, aunque sus nombres quedaran ignorados. Mas refiere la superstición, entre otras leyendas respecto de esta morada, el maravilloso concepto de que en la noche del aniversario de la derrota inglesa, los espectros de los antiguos gobernadores de Massachusetts se deslizan aun a través del pórtico de la casa provincial, y que la última de las sombras, embozada en una capa militar, pasa levantando al aire sus manos crispadas e hiriendo con sus ferradas botas los anchos peldaños de piedra con ademán febril de desesperación, y sin que se deje percibir en lo menor el ruido de sus pasos.

Cuando dejaron de oírse los verídicos acentos de la narración del anciano caballero, respiré largamente y miré en tomo de la habitación, tratando de arrojar con mente enérgica un tinte de romance y de grandeza histórica sobre las realidades de la escena. Pero mi olfato percibía la fragancia del humo del cigarro que el narrador había emitido