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Cinco guisantes

que ha de haber alguna otra cosa fuera de esta cáscara, que nos encierra.»

Pasaron algunas semanas y los guisantes se volvieron amarillos y la vaina también.

—«Ahora todo el mundo es amarillo,» decían, y no se equivocaban.

De pronto sintieron una sacudida: era una mano humana que arrancaba aquel fruto leguminoso de la planta metiéndolo en un saco con otros muchos de la misma clase.

—«Gracias á Dios, exclamaron á una los cinco guisantes: por fin nos sacarán de aquí; y estaban radiantes de alegría y de esperanza.

—«Lo que yo quisiera saber ahora, dijo el más diminuto de los cinco, es cuál de nosotros desempeñará mejor papel en el mundo: pronto lo veremos.»

—«Pues mira, no sucederá más que lo que deba suceder,» repuso el mayor.

Y ¡crac! se abrió la vaina. Los cinco guisantes vieron por primera vez la luz del día, y rodando cayeron en las manos de un chico travieso.

—«¡Qué buenos guisantes para mi cañamonera!» exclamó el muchacho, deslizando uno en ella y disparándolo apenas había terminado la frase.

—«¡Héteme ya lanzado en el mundo! profirió el guisante: vamos á ver quién de vosotros llegará á alcanzarme.» Los demás no acabaron de oirle, pues estaba ya muy lejos.

—«Yo, dijo el segundo, apenas el muchacho lo hubo disparado al aire en línea recta, voy á llegar hasta el sol. El sol me ha parecido una cosa muy bonita, ya tenía yo algún presentimiento de que había de poseerlo.»

—«Nosotros, dijéronse los dos siguientes, allí donde nos toque caer nos echaremos á dormir un rato. ¡Qué baraúnda! Ese ruído del mundo es capaz de marear á lun muerto.»