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AVENTURAS DE UN CARDO




A

l pié de un opulento castillo señorial se extendía un jardín, perfectamente cuidado y lleno de árboles, arbustos y flores raras y exquisitas. Ni una sola persona visitaba al propietario sin expresarle su admiración por el gran número de plantas traídas de los más remotos países, así como por los cuadros de flores tan artísticamente dispuestos. Claramente se veía que estos elogios no eran hijos de la lisonja, ni una mera fórmula de cortesía. Los habitantes de los caseríos y pueblos inmediatos, los domingos solían pedir permiso para pasearse por las magníficas avenidas, y cuando los niños se portaban

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