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Escenas de corral

—«Tanto como me disgusta por sus estentóreos chillidos, díjose un día la Portuguesa, me agrada por su hermoso plumaje; pues aunque no pertenezca á nuestra familia, hemos de confesar que tiene una arrogante figura. No obstante, no sería malo que amortiguase su chorro de voz, aunque éste á decir verdad es un arte que sólo puede adquirirse merced á una buena educación. Por aquí no la poseen más que los pajarillos que gorjean en los tilos del vecino jardín. ¡Oh, qué delicioso canto! Este sí que penetra hasta el alma, este sí que es un verdadero canto portugués. A todo lo exquisito yo lo llamo portugués. Si llegase á tener á mi lado uno de esos pajarillos, uno solo, sería para él una madre, una madre tierna y excelente. ¡Qué le hemos de hacer! Esto está en mi temperamento, en mi sangre portuguesa.»

Mientras hacía tales razonamientos un pobre pajarillo cayó desde el tejado al corral, acosado por el gato, que llegó á romperle un ala.—«¡Qué infame animal! exclamó la Portuguesa. Siempre es el mismo: lo propio me sucedía á mí con mis polluelos. Está claro: le dejan pasear libremente por los tejados! De fijo que en Portugal no se toleraría un abuso semejante. »

Acercóse al pajarillo y se apiadó de su suerte, al igual que los demás patos, los cuales se acercaron también, expresando la compasión que les inspiraba.

—«¡Pobre animalillo! iban diciendo uno tras otro. ¡Cuánto nos interesas! Porque has de saber que lambién nosotros somos artistas: no sabemos cantar, es cierto; pero estamos dotados de todo lo necesario, sólo que no podemos quitarnos la ronquera.»

—¡Cumplimientos! ¡Palabras bonitas! refunfuñó la Portuguesa, ahora veréis cómo yo sé hacer algo más por este desgraciado; es mi deber.»

Y no tuvo otra idea que la de acercarse á una cubeta llena de agua, dar contra ella un aletazo y proporcionar tal remojón al pajarillo, que por poco se