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Escenas de corral

sando en un principio la creencia de que el pájaro era un simple gorrión; mas no por eso se avergonzó de su error.—«En estas materias, dijo, no conozco qué diferencias hay entre vosotros, y no me importa: los pajarillos no dejan de ser unos juguetes, simples objetos de diversión, y por esto no me interesan.»

—«No os incomodéis por sus palabras, murmuró la Portuguesa: es un buen esposo, un excelente padre de familia; pero vive muy apegado á lo positivo. Ha llegado la hora de irme a descansar un rato: nada engorda tanto como el descanso, y yo siento en mí el deber de ponerme bien cebada, siquiera para que cuando llegue el día de presentarme á la mesa de nuestros amos, pueda hacer honor á mi querido Portugal.»

Y se arrellanó de cara al sol, á su sabor, pestañeó un rato y por último cerró los ojos. En cuanto al pobre pajarillo harto le daba que hacer su alita rota; pero por fin encontró una postura cómoda, arrimándose á su protectora para calentarse, y á la verdad, con ello se sintió extremadamente aliviado.

Las gallinas no dormían la siesta; iban picoteando y escarbando la tierra; y en rigor, de ello se ocupaban y no de otra cosa, al hacer á los patos la pretendida visita, de modo que cuando estuvieron bien repletas se marcharon, con las chinas al frente.

A lo mejor la cocinera arrojó al corral un montón de mondaduras y otros desperdicios, produciendo un ruido tal, que todos los patos despertaron y batieron alas con aire despavorido. También la Portaguesa vió interrumpido su sueño, y al levantarse bruscamente atropelló al pobre pajarillo.

—«¡Pip! dijo éste: ¡ay, señora, qué golpe me habéis dado en mi herida!»

—«Esto os enseñará á no interponeros en mi camino, dijo la Portuguesa. ¡No fuérais tan delicado! Yo también tengo mis nervios, amiguito, y sin embargo no arrojo un pip á cada momento.»