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La Pulgarcilla

mientos de la rata y desde entonces ésta la quiso y la trató como á una hija.

—«Vamos á recibir una visita, le dijo algunos días después: mi vecino suele venirme á ver una vez por semana para charlar un rato. Es muy rico, tiene una vivienda más vasta y hermosa que la mía y viste una lujosa pelliza negra, brillante como el terciopelo. Cree que si quisiera casarse contigo, podrías darte por muy dichosa; pero el pobre es casi ciego y no podrá apreciar tus gracias; no obstante cuando venga, cuéntale alguna historieta de las muchas que sabes y no dudo que le enamorarás, pues se pirra por oirlas.»

Estas palabras no lograron interesar á la Pulgarcilla, quien harto sabía que el famoso vecino de la rata era sencillamente un topo. Al día siguiente, en efecto, hizo éste la anunciada visita, y la rata para preparar convenientemente su ánimo le dijo mil lisonjas sobre su hermosa habitación, sus abundantes provisiones de invierno y especialmente sobre su espíritu reflexivo y cultivado. El topo, que efectivamente tenía un aire muy grave y pedantesco, no perdía nunca su fatua serenidad sino cuando oía hablar del sol con elogio, por lo mismo que sus débiles ojillos no podían resistir los deslumbradores destellos del astro del día.

A instancia de la rata, la Pulgarcilla entonó varias canciones, entre otras la que dice: «Saltón, vuela,— Vuela, saltón;» y si bien al topo le maravilló extraordinariamente la fresca y hermosa voz de la niña, no por eso lo dió á conocer, tal vez por no faltar á la solemnidad que todo él respiraba.

En cambio tuvo á bien, invitar á la rata y á la Pulgarcilla á hacer una visita á su palacio y recorrer los conductos subterráneos que había labrado á su alrededor, y es advirtió de paso que no se asustaran de un pájaro que habían de hallar á la