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La Pulgarcilla

rata aparte le suplicó que le permitiera, ir á despedirse del sol, por última vez.—«Anda, vé y vuelve en seguida,» dijo la rata.

Aquella atravesó el corredor y dió algunos pasos por el campo: ya habían segado los mieses y no quedaba más que el rastrojo, gracias á lo cual podía divisar todo el valle. Con el corazón rebosando congoja no podía apartar de sí la idea de que dentro de poco debía ir á sepultarse viva en el tétrico palacio del topo. Dió con este motivo un adiós al sol, á los árboles, á toda la naturaleza: rodeó con sus brazos el tallo de una roja amapola y la besó diciendo: —«Adiós, florecilla de mi alma: si ves á la golondrina cuéntale cuánto la amaba.»

—«Quivit, quivit» oyó cantar de repente sobre su cabeza. Era el infiel pajarillo que precisamente acudía á la cita que se habían, dado las golondrinas para emigrar hacia los países del Sud. Al ver á la Pulgarcilla se detuvo llena de gozo, y la niña no pudo menos que contarle sus penas y cómo querían casarla con un topo muy feo, privándola, de la luz del día. Al decir esto, los sollozos entrecortaban sus palabras.

—«Pues bien, le respondió la golondrina, decídete de una vez: vénte conmigo. Vamos á partir para unos países en donde brilla siempre el sol, más radiante que aquí, para unas comarcas que embellece una perpétua primavera y cubren unas flores que tú no has visto nunca. ¿Quieres venir? Cree que me tendré por muy dichosa si puedo librarte del horrible topo, en pago del servicio que tú me hiciste, salvándome del rigor del frío.»

—«Te acompaño, continuó la niña, sentándose en la espalda del pájaro y atándose con el cinturón á una de las plumas más sólidas. La golondrina se lanzó rápidamente por encima de los bosques y subiendo siempre y batiendo el aire sin cesar,