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Una pareja de enamorados

amarillo una punta nueva de cobre, de suerte que cuando bailaba era una maravilla ver, los destellos que producían sus magníficos colores.

—«Mírame, mírame, le decía á la pelota; ¿qué te parezco? Vaya, ¿nos casamos? Crecque hemos nacido el uno para el otro; tú saltas y yo bailo, ¿pue-. de darse una pareja más feliz que nosotros?»

—«¿De veras? contestó la pelota con ironía. ¿Ignoras que mis padres fueron unas soberbias zapatillas de tafilete? ¿No sabes que tengo el cuerpo formado de corcho de España?»

—«¿Esta bien repuso el trompo; pero ten en cuenta que yo soy de caoba y que el autor de mis días es el burgomaestre en persona, quien en sus ratos de ocio se dedica á labrar toda suerte de objetos al torno, siendo yo, modestia aparte, una de sus obras maestras.»

—«¿Es cierto lo que dices?» preguntó la pelota un tanto menos esquiva.

—«Que nunca más pueda bailar, si falto á la verdad,» exclamó el trompo.

—«Veo que sabes exponer tus méritos, pero así y todo tu proyecto es imposible: yo estoy algo comprometida con una golondrina. Cada vez que me elevo al aire, asoma su cabecita fuera del nido y me dirige una declaración muy tierna. Hace ya mucho tiempo que he concebido el secreto propósito de entregarme á ella, y en este concepto me considero ligada por un irrevocable compromiso. Así pues, ya ves que no puedo acceder á tus pretensiones; estimo mucho tus sentimientos, y aun te prometo que no he de olvidarlos en toda mi vida.»

—«Algo es esto, sin duda, repuso el trompo lleno de tristeza; pero no basta á consolarme.»

Tales fueron las últimas palabras que cambiaron el trompo y la pelota.

Al día siguiente, el muchacho poseedor de los juguetes tomó la pelota y la arrojó al aire. La pelota