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Una pareja de enamorados

volaba rauda como un pájaro, y se remontó tanto, que el trompo llegó á perderla de vista; pero al poco rato caía al suelo para ser despedida nuevamente. Al caer daba un sorprendente bote ya fuese porque intentara saltar hasta el nido de la golondrina, ó efecto sencillamente de la elasticidad y porosidad del corcho de España.

A las nueve veces de elevarse se quedó por el camino y desapareció. En vano el muchacho buscó y escudriñó por todas partes; no pudo descubrir la menor huella de su pelota y no tuvo más remedio que darla por perdida.

—«Bien sé yo por dónde anda la pícara, suspiraba el trompo; estará en el nido con la golondrina y ya se habrán casado.»

Y cuanto más pensaba en esto, más pesaroso se ponía. Es que nunca había sentido por la pelota una pasión tan grande, como desde que no podía verla. Lo que le atormentaba sobre todo, sin darle un instante de tregua, era la idea de que se hubiese casado con otro.

Sin embargo, el trompo continuó dando vueltas y haciendo ron-ron, si bien que bailando ó sin bailar, tenía, fijo en su mente el recuerdo de la pelota, que en su imaginación se presentaba cada vez más bella y seductora. Este estado vino á ser en él lo que ha dado en llamarse una pasión inveterada.

El trompo había perdido la juventud y un día le doraron las rayas y costuras, cambiando de dueño. Jamás había sido tan hermoso: daba gusto verle dar vueltas y trazar espirales, brillante como un astro. ¡Con qué alegría zumbaba! ¡Ah, si la pelota hubiese podido verle en su nuevo estado!

En tan sabrosas reflexiones, tropezó con una piedra y fué despedido lejos, desvaneciéndose y eclipsándose. En vano lo buscaron por todos lados, incluso por la bodega en la cual hubiera podido deslizarse por un tragaluz; no supieron dar con él.