—Mujer... lo peor será si pongo en la almohada los pies.
Se percibía ruido de corchetes desabrochados, resbale de sayas, música de enagues con almidón; siguió la estrepitosa caldo del calzado y el gemido de los jergones bajo el peso del cuerpo. De una de las camas salió también un rumor confuso, como de voz que mascullaba muy bajito oraciones diferentes. La otra cama no chistó, dando motivo a and interpelación de la rezadora.
—¡Concha!
—¿Eh?
—No rezas hoy, o qué re pasa?
—Mujer... tengo más gana de dormir que de rezar.
—Vaya, que un credo y una salve no le privarán el sueño.
Concha obedeció, y después del rezo dió varias vueltas en la camia, lo mismo que si alguna inquietud la desvelase. Voivió su hermaa a interrogarla. ¿Qué tenía?
—No tengo sueño. Me he despavilado, —Pues mañana ya sabes que hay que madrugar.
—¡Madrugar! ¿Tú qué hora piensas que es?
—¡Qué se yo!... ¿Las dos y media?
—Las cuatro, chica. En el reloj de la Intendencia las acabo de oir.
—¡Mujer, estás local