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Página:Cuentos de Marineda - bdh0000109075.pdf/12

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Cuentos de Marineda

—Sí, sf, descuidate... Las cuatro.

—Ea, pues chililo y a dormir.

Callaron ambas; pero la excitación de la afanosa vigilia producía su efecio, y aunque rendidas y deseosas de sueño, no podían conciliarlo. Era el instante en que se piensa en todo, recordando lo pasado, evocando con terror o ilusión lo futuro. Mientras los ojos ven en la sombra abrirse un círculo de livida luz, una especie de foco trémulo y oscilanteverde, violado y amarillo, la imaginación exaltada acumula cuidados y memorias, un tropel de deseos, esperanzas, dolores muertos que renacen, figuras y escenas ya borradas que vuelven a tomar cuerpo al calor de leve fiebrecilla.

Dolores, la mayor, cavilaba. Tenía doce años más que su hermana, y contaba apenas frece cuando quedaron huérfanas. Se veía tan chiquilla aún, calentando el biberón por la mafianila, antes de salir para el taller donde trabajaba, y metiendo el pezón artificial, tibio y blando, en ia boca del pobre angelito, para que no llorase. Los domingos era dichosa, porque podía tener en brazos todo el día a la nené. Por fin el rollo de carne con patas echaba a andar, y Dolores, hecha ya una mujer, un tanto relevada de sus tempranas obligaciones maternales, empezaba a dejarse tentar, alguna vez que otra, a ir a los bailes de los Círculos