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Página:Cuentos de Marineda - bdh0000109075.pdf/16

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Cuentos de Marineda

hacer semejantes reflexiones, a medida que Concha se desarrollaba y empezaba a celebrarse su lindo palmiro, despertábase en la hermana mayor esa vanidad característica de las madres, y a costa de privaciones y escaseces la emperejileba y componía, para que no quedase por bajo de las demás, y por el delito de mantenerse honrada, no pareciese la pueren Cenicienta. Con este motivo sufrió Dolores alguna fuerte reprimenda de su confesor, jesuíta sagaz, que la decía: —Si tú misma fomenJos en la chiquilia la presunción, ¿cómo quieres que no te dé a la hora menos pensada un disgusto? Ponia de hábito, anda. ¿No has aprendido en tu cabeza?

¡De hábito! Dolores lo usaba hacía muchos años, desde su desgracia; pero... ¡cubrir con aquella estameña burda el gentil cuerpo de Conchal Prefirio confesarse menos, y se reirajo algo de sus devociones, a fin de no ser renida por su inocente vanidad maternal. Redobló, eso sí, la vigilancia, y se hizo centinela asiduo, infatigable, siempre alerta. Concha era fácil de guardar: no quería salir sola; a los bailes, a los temibles bailes, prefería el teatro, su única afición. Tomaban dos entradas de cazuela, y la niña, colgada de la barandilla, gozaba lo indecible. Al regresar a casa, se sabía de memoria trozos de verso, fragmentos de escenas. Semejante gusto no parecía