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Página:Cuentos de Marineda - bdh0000109075.pdf/22

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Cuentos de Marineda

ardides y cálculos representaba la conquista de esos trajes! Vamos, a no ser por la señorita del Intendente, lan franca y tan amable, no acertaba Concha cómo habría salido del apuro. Afortunadamente la señorita fué su providenci desde zapatos blancos de raso hasta flores artificiales y brazaletes, todo se lo prestó. Cierto que eran cosas bastante usadas, y hubo que refrescar, lavar, planchar, alargar o encoger... Y aun no estaba terminada la faena, y quedaba un día solo, y no podía faltar al taller, ni al ensayo general... ¡Imposible que alcanzase el tiempo para todo! ¡Si el maldito quinqué no se hubiese apagado, ya tendría Jisto el trajel ¡Cuánto iban a apretar las uñas al día siguiente! Amanecería pronto? Cavilando así, sintió Concha un estremecimiento de frío y se arropó. Se unieron involuntariamente sus párpados y con indecible hienestar se quedó dormida.

Apenas comenzaba a saborear el dulce reposo, la sacudieron y zamarrearon sin misericordia. La fría luz del alba se colaba por las rendijas de los ventanillos, y Dolores, de bata ya, con una toquilla de estambre muy eurollada al cuello, se disponía a enristrar la aguja y tocaba diana para que la ayudasen. Concha entreabrió los ojos, borracha de sueño, de esc sueño de la primera mocedad, tan parecido al de la niñez en su intensidad reparadora. Fué