preciso repetir la sacudida; entonces, de no muy buen talante, echó fuera una pierna para calzarse las babuchas.
Tentadora ocasión de describir, en tan indiscreto minuto, a la futura Consuelo, cuando sus carnes fibias conservan aún la suave morbidez del sueño y la breve camisa descubre mucha parte de su gallarda escultura. Los brazos blancos y puros, los pies rosados por la frialdad del piso. los senos recogidos y breves como capullos de flor, hacen honesta por extremo aquella semidesnudez juvenil, que la claridad del amanecer baña con delicados matices opalinos. Remala el cuerpo una cara oval, sanamente pálida, algo pecosa hacia el contorno de las mejillas; el pelo, rubio como la harina tostada, nace copioso en la nuca y frenie, y desciende en patillas ondeantes hasta cerca del lóbulo de la oreja: entre los labios, gruesos y cortos, brilla como un relámpago la nitidez de la dentadura. Los ojos, aunque hinchados de dormir. no encubren que son garzos, y candorosos rodavía.
Para despejarse, necesitó Concha pasar agua fría por la cara. Dolores, entre tanto, abría las maderas, aseaba un poco el cuartito abuhardillado y encendia en la cocinilla préxima seis carbones para calentar el puchero de cascarilla y la correspondiente leche. En un santiamén se desayunaron. Concha, bien