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Página:Cuentos de Marineda - bdh0000109075.pdf/24

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Cuentos de Marineda

despierta ya, consagraba toda su atención a los frajes. Al lado de la ventana, sobre el quebrado sofá, lleno de hernias de crin que se salía, reposaban las galas de la noche. Concha se acercó a la fiel aliada de la modista, la máquina, que, dada de aceite, limpia, con su carrete enarbolado, con la mesilla reluciente de barniz, aguardaba lo mismo que un centinela, arma al brazo, las órdenes de su jefe.

Dolores se aproximó también, exclamando: —Tú a los volantes y yo al cuerpo.

Salió el famoso vestido de baile. Era de seda azul bajo, algo verdoso ya y salseado por muchas partes; pero merced a la buena idea de Concha, de velarlo con infinitos volantes de furlaluna del mismo color, parecía nuevecito de allí a poco. La cadencia de la máquina se interrumpía a cada volante y el vesfido giraba, giraba como una peonza, todo hueco y cada vez más vaporoso. Al cabo brotó la falda, fresquita, soplada como un buñueloy fué a ocupar su puesto en el sofá al lado de otros pingos, lambién remozados y disfrazados hábilmente, con recogidos lazos y enca jes. Dolores pegaba al cuerpo el último corchefe y orlalt de tul lunco las cortas manguitas. Terininado lo grueso de la labor, dedicáronse a las menudencias y accesorios.

Pendian de una cuerda tendida de un lado a otro de la pared, dos guantes blancos, largos,