—Dichosas ellas. A mí me venía bien ahora repasar el papel.
—Pues no te descuides, que pasa ya de las ocho y media. ¡Cuándo se acabarán estos jaleos de teatro! Me duele la cabeza de discu rrir para refrescar vejestorios.
Quedábales aun algo por hacer; pero el tiempo urgía y el taller aguardaba. Convinieron en que a la hora en que Concha fuese al ensayo, Dolores volvería a casa, terminarfa todo y llevaría la cesta al Casino, donde Concha aguardarfa ya para vestirse. Por excepción, una vez nada más, que eso de dejar sola a Concha no estaba en el programa.
—Mujer, no hay remedio—exclamó Concha. Desde el taller al Casino no me morderá ningún perro rabioso.
—No me dan a mí cuidado los perros de chatro patas, sino los de dos—murmuró Dolores, guiñando un ojo.—Conque mucho juicio, ¿eh? Si sale Ramón a acompañarte le dices que se vuelva a su casa, o que te espere en el Casino.
—Bien, bien, ¡Bastante pensaba Concha en Ramón! Todo el día, en el taller, estuvo repasando su papel mentalmente. ¡Don Manuel Gormaz la había encargado tanto que se fijase y que fuviese alma en algunas escenas! Tener alma... ¿sería gritar mucho? No, porque se reirían de ella...