Oye, antes que se me olvide: ¿dicen que tienes que salir hoy escotada?
—Sí, hombre... En el último acto.
—Pues cuidado como le arreglas.., Fl cuerpo aliifo... no quiero que nadie se divierta a cuenta mía.
—¡lesús! exclamó la modista.
Y diez pasos antes de llegar al portal, soltó el brazo de Ramón y echó a andar rápi damente, murmurando: —lasta luego.
Penetró en el edificio. El recinto del teatro se hallaba todavía a obscuras, y en los pasillos, el Conserje barría con afán las puntas de cigarro y los fragmentos de papel. En el escenario ardia un quinqué puesto sobre una consola, y dos o tres candilejas, prevenidas para alumbrar el ensayo. Concha se adelanraba medio a rientas por las lobregueces del pasadizo, cuando un hombre la salió al encuentro, muy apresurado y afectuoso, y la dijo cogiéndola ambas manos y estrujándoselas en expresivo apreton: —Hola, Conchita, hola... Bien venida, hija mía... ¿Qué tal? ¿Se ha repasado? ¿Hemos olvidado el papel? Por aquí, no tropieze V...
Eso es... Ya estamos.
—El papel me parece que lo he de saber, señor de Gormaz—afirmó Conchie, quitándose el mantón y el manto al entrar en