el escenario. — Hola. chicas—añadió saludando a dos mujeres que, sentadas en un sofá, repasaban en voz baja, con un rollo de papeles en la mano.
—Abur—contestaron no inuy cordialmente, las saludadas.
Gormaz, previa una fricción que hizo chascar sus palmas, se dirigió a las repantigadas actrices: —Repasen, eso es, un poquito, mientras no vienen los caballeros... Siempre son los úliimos.
Y llamando aparte a Concha, arrimándola a un bastidor donde no alcanzaba la luz de las candilejas, cuchicheó con misterio: —Hoy hay que esmerarse, Conchita! [que esmerarse mucho! No sabe V. lo que pasa?
—¿Que va a venir mucha gente?
La gente... ¡bah! No; es que en cuanto ha sabido Juanito Estrella que dirijo yo esta función, como hoy no la hay en el teatro, a pesar de que también ensayan, the hu escrito que vendiria y... ¡ya ve V. ¡Va V. a representar delante de un gran actor, una gloria nacional, émulo de Romea y de Latorre!
Concha sintió asomos de recelo al oírio; al mismo tiempo, sin darse cuenta del por que, la noticia le fué grata. Conocía de vista a Esirella, director de la compañia que actuaba en on el Teatro Grande; había oido mil veces