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Página:Cuentos de Marineda - bdh0000109075.pdf/39

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E. Pardo Bazán

de fatiga, pasándose a cada rato el pañuelo por la calva frente y por los turbios ojos.

Quisiera él calentar aquellos cuerpos ineries, sulilizar aquellas mentes forpes, encender aquellas tardas y perezosas sangres con el fuego y la lumbre del entusiasmo artístico.

Sólo que a la media hora de predicar, de espolear, de comunicar impulso, de serlo todo a un tiempo, galán, dama, barba y graciosode dar a éste el modelo de la expresión paréfica y al otro el de la indignación, y al de acá el de la ironía, y al de acullá el del desdén, su rostro se amorataba, el asma le subía en ronquidos y borborigmos a la laringe, se inyectaban sus pupilas, y, medio muerto, se dejaba caer en una butaca, diciendo: —Bruumm... Sigan Vds... sigan.

Cada cual seguia entonces yéndose por do: ide le daba la gana.

Frisaba Gormaz en los sesenta; era coeláneo de Romea, pero más joven, y pertenecía a aquella falange de actores, ya casi extinguida, que amaba el arte y se preciaba de entender de letras, que se asociaba a la gloria tie Hartzenbusch y Zorrilla por la interprelación entusiasta de sus dramas, y que tras de cantar todo el verano, con la cigarra, ha concluido como ella, muriéndose de hambre y irfo, porque la vejez del actor español es penosa cuando alegre su vagabundamo cedad.