ficándole a preguntas y no dejándole respirar.
Viendo que no les hacía caso, cuchichearon en voz baja y señalaron a Concha. ¡Qué tonta y qué presumida! ¡Porque había atrapado el papel principal, estaba dándose una importancia! ¡Mucho de salir hoy elegante y de cola, y mañana se casaría con un ebanista miserable, y calentaría las sopas en la trastienda sin más cola que la de pegar madera! Y ambas hacían un gesto desdeñoso, indicando que ellas no acepiarían seguramente por marido a hombre de tan poco fuste.
—Aun sabe Dios si se casará—silabeó en voz baja la estanquera.
—Pero mira don Manolo... No hace sino enseñarla, como si fuese a sacar de ahí una cosa que asombre a todo el mundo.
En efecto, a Gormaz todo se le volvía: Conchita, ese brazo. Hija, repita V. esa frase.
No, asf no: un poquito de energia. ¿está V?
Esa escena liay que moverla... debe V. levanturse, volverse a sentar, mostrándose dudosa.
¿A ver cómo escribe V. esa caria?... Bien, bien... así debe V. hacerlo después; no hay que olvidarse.
Concha, sorprendida también de aquel interés exclusivo, sentía que poco a poco se la comunicaba el entusiasmo de Gormaz, contribuyendo a su excitación el instinto femenino, el espectáculo de las dos rivales acurru