preciso activar, porque la hora de la función se aproximaba, y ya dos o tres músicos, con sus instrumentos muy enfundados en bayeta verde debajo del brazo, se asomaban por la puerta de entrada, retirándose después de escuchar algunos minutos curiosamente. El último acto se atropelló un poco, pero Concha sabía al dedillo el papel. y Gormaz, como de paso, pudo aún indicarle varios loques maesiros. Al final le apreto misteriosamente la mano.
—Hasta luego... ¡y a ver cómo nos lucimos!
Concha se dirigió al tocador, donde la esperaba su hermana vigilando la cesta de los trajes, mientras Rosalía y Julia, ocupando todo el hueco del espejo, se daban polvos de arroz por quintales, limpiándose después cejas y pestañas con la foalla húmeda. Como no lenfan trazas de hacer sitio, Dolores grito a Concha en voz alta: —Hija, arrínate al espejo... Estás sin peinar aún, acuérdate...
Las dos usurpadoras del locador se desviaron con majestuoso paso de reinas ofendidas, y empezaron a caizarse en un rincón, secreteando y sin dejar su actitud hostil. El focado de Concha fué corto; su juventud y su fresca tez no requerian gran afeite. Sus ojos brillaban y sus mejillas estaban algo sonrosadas. Al remangarse el pelo con unas agujas