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Página:Cuentos de Marineda - bdh0000109075.pdf/44

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Cuentos de Marineda

de azabache. recordó el beso de Ramón, y se enrojeció hasta la frente. ¡Qué poco había durado! ¿Lo sabría Dolores? ¡Balt! ¿Cómo lo habia de saber? Esforzóse en desechar aquel orden de ideas, recordando que era preciso hacer un esfuerzo para representar bien y que don Manolo no se quejase de ella.

Cuando puso los pies en la escena, el corazón le latió, según costumbre, un poquillo, al ver el aspecto imponente del teatro. Sin que pudiese precisar quiénes eran los espectado.res que llenaban las butacas, atestaban los palcos y se apiñaban en la galería, bien comprendió que estaba alif todo Marineda, la gente fina, el señorio: público inusitado en aquel local, donde por lo regular el elemento dominante eran los socios y sus familias. Distin guía vagamente, sobre el fondo granate del papel que reviste el teatro, la oscilación de una triple hilera de cabezas femeniles adornadas con flores: los colores claros y ricos de los Irajes hacían una decoración abigarrada; y de las butacas subía hacia Concha, como una ola de curiosidad, el reflejo de los cristales de los gemelos instantáneamente clavados en ella, y el susurro de voces que muy quediro pronunciaban o preguntaban su nombre. Zumbáronle algo los oídos, y se le apretó la garganta al articular las primeras frases del papel: pero recordando de pronto un consejo de Gormaz,