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Página:Cuentos de Marineda - bdh0000109075.pdf/47

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E. Pardo Bazán

Concha atravesaba los bastidores con su hermana para regresar al focador y vestirse de nuevo, cuando su novio le cerró el paso.

Llamole la atención verle tan fosco y cariaconlecido, y con la mayor inquietud le preguntó: —¿Que hay de nuevo?

—Nada—murmuró él repentinamente. avergonzado, al ver a Dolores, de las ideas fontes que venían ocurriéndosele.

Vas a vestirte? —dijo por decir aigo.

St... abur, que después me cogen el sitio las otras.

Gormaz. que vagaba por allí como alma en pena. la empujó, dándola prisa.

¡Vamos, hiju... vamos!

Sacó después el exactor un cigarrillo, y lo encendió, paseándose inquieto y con taconeo nervioso por la solitariu escena. De ralo en rato pegaba el ojo izquierdo a un agujerillo del lelón, y siempre veía, en el lleno completo y brillante de la sala, el liueco del palco vacíocomo una mella en una hermosa dentadura. Al fin hizo un ademán de júbilo: la puerta del palco se abría, entrando por ella dos hombres; el uno de mediana edad, grueso, lampiño, de pelo negro y liso como el hule, fisonomía enire clerical y chulesca, que Gormaz reconoció por el gracioso o primer actor cómico de la compañía; el otro, viejo, de borbónico perfil, con una de esas caras inteligenies y castizas