I. PARDO BAZANmejor de colores, estaba muy hueco, lo mismo que si le locuse alguna parte en el milagro.
Corrió a participar a Concha la opinión de Estrella, y encontró a la modista muy alre.radia. Al principio del entreacto había reñido con Ramón. ¿Pues no tenía éste la peregrina ocurrencia de exigir ahora, a la hora criticaque no se presentase escolada, que se pusiese un cuerpo alio? Por más que le hizo mil observaciones, advirtiéndole que, según decía la comedia, el escote en aquel acto era de rigor; que además, no tenía otra cosa que ponerque era ya imposible discurrir un traie diferenie, él, con obstinación de mula manchega, con la cabeza baja y el gesto torvo, insistió en que, si salla escotada, romperían para siempre. Así es que cuando Concha entró en el focador vestuario, llevaba los ojos preñados de lágrimas. Dolores la interrogó, y ella contó todo en voz baja, rabiosa, prendiéndose con mano febril un grupo de camelias en el pelo y dándose polvos a puñados, sin saber lo que lucia, temblando de despecho y furia. Era la primera vez que disputaban Ramón y ella, ¡y en qué ocasion! Dolores trató de conciliar, de susegar la tormenta.
—Mujer, puedes echarte por los hombros una loquilla de encaje; la que sacó Rosalía en el primer acto... Yo se la pediré presta da... A los hombres no les gustan estas es