coraduras, y tienen razón: ¡moda más indecente!
—Déjate de cuentos—articuló furiosa Concha—Es un tonto; bien sabía lo del escote, y no tenía para qué darme ahora este mad rato... Pues no señor, que he de ir lo mismo que pensaba. ¡Mire VI...
Y con dedo impaciente bajó el ful que rodeaba la linea del escote, como si quisiese aumentar el crimen. Salió a las tablas sofocada aun de haber llorado, con los ojos brillantes y las facciones animadas bajo la capa de polvos que las cubría, colérica, nerviosaadmirable en suma para aquel papel de Consuelo en el último acto, que es todo de celos y frenesies, primero sordos y luego desatados. El público, adverlido ya, la saludó a su entrada con un aplauso, y Estrella enarboló los gemelos. Ramón, deslumbrado por aquella aparición blanca y rubia envuelta en farlatana azul, cegado por el brillo alabastrino de los hermosos brazos y desnudos hombros, espectáculo que hacía lalir dolorosamente las arterias de sus sienes,—azuzado por el rumor lisonjero que acogió la entrada de su noviase levantó de la butace tambaleándose, y por la pueria más inmediata lanzóse al corredor.
Iba tan ciego, que no vió a un caballero gordocon melenas, que le defuvo: —Eh... amigo! ¿A dónde va V?