singular amor colectivo—pues no es posible darie otro nombre—que une al individuo con la multitud.
Entre bastidores estaba la serpiente del Jorido ramo que con tanto deleite respiraba Concha. Sus dos eclipsadas rivales, que en el Tercer acto apenas tenian que salir a la escena, desquitábanse hablando fuera de elia a su sabor. En el corrilio inevitable que se forma en semejantes sitios, estaban los amigotes y los parientes de las desdeñadas: jy cómo se esgrimian allí las lenguas! Todo salía en la colada: la actitud de Estrella, la petulancia de la chica, la precipitada fuga de Ramón, avergonzado de las cosas que oía en las butacas a causa del inconveniente escote de su noviala disputa en el entrzacio... Gormaz, arrimado a no sé qué accesorio, se roía las uñasdescoso de intervenir en la conversación; pero impedíale hacerlo el temor de recibir alguna rociada, acusándole de haberlas deslucido, a ellas, Rosalía y Julia, poniendo todo su conalo en ensayar a Concha solamente.
Hubo un momento en que el formidable corro calló de golpe: era que Dolores, deseosa de echar un ojo a la escena, rondaba por allí.
¡Entonces menudearon los codazos y los chsss significativos! Resonó en el teatro una nueva salva de aplausos, y su ruido dió al traste con la prudencia de las dos arlistas posterga