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Página:Cuentos de Marineda - bdh0000109075.pdf/69

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E. Pardo Bazán

cabe, pues veía el propósito de reservarse su opinión y quizá de no consultarla con nadie, ¡Miren Vds, la chicuela! Dolores sentia fermentar en su alma una cólera reprimida, inmensa, la cólera de los que ven de repente al niño que han criado, educado, dirigido siempre, manifestar voluntad independiente, intentar formarse a sí propio su destino. Para Dolores. Concha era aún la niña, más bien hija que hermana menor; una hija a quien había consagrado su juventud, su celibato, su trabajo todo. ¡Y ahora la chiquilla quería sublevarse, quería disponer de su persona, echarse perder, ir a correr el mundo en busca de aventuras, con una compañía de cómicos!

¡Vamos, era para desesperarse aquello! Rom—pió a hablar por fin, en voz irrifada: —¿Qué haces ahí callando. como una tonla? No tienes lengua?

Concha, como si no oyese nada, se levanló, tomó de encima de una silla su manio y empezó a prendérselo delante del espejo, preparándose a salir para el taller. Dolores se le alravcsó delante nuevamente.

—No contestas? ¿Tienes gana de broma?

—Pero que quieres, mujer?— exclamó Concha con acenlo cansado, interrumpiendo su ocupación.

—Que digas lo que le vas a responder a ese... cómico—murmuró con afectado desden.