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Página:Cuentos de Marineda - bdh0000109075.pdf/70

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Cuentos de Marineda

—¡Mujer..., caramba contigo! ¿Qué sé yo lo que le contestaré? Tenemos todo el día para pensarlo, gracias a Dios—añadió con tranquilidad.

—¿Y aun estamos en eso? ¿Cabe duda siquiera? ¿Se te ocurre irte de mona sabia por esos teatros?

—No me marces: —murituró Concha con sus bermejos labios muy contraldos.—Tenemos todo el día por delante; déjame en paz hasta la noche.

Las facciones de Dolores se descompusieron: reapareció en ella, bajo la devota some tida por catorce años de piedad, la hija del pueblo, con sus iras indisciplinadas y sus groseros arrebatos. Cogió a Concha por las muñecas, y zarandeándola rudamente, grilo: —¡Miru... no te doy un bofetón no sc por qué, desvergonzada!

Entornó Concha los párpados, apagando así dos chispas que brillaron en ellos; palideció su tez ya lan mate, y sin decir palabra, sacudió un poco las manos y siguió colocán dose el manto. Cuando estuvo pronta, hizo ademán de salir, y Dolores, al verlo, prendióse el manto a su vez y la acompañó.

Silenciosas, con armado silencio, anduvieron el camino, y ya en el taller, las pocas palubras que cruzaron fueron de terca contradicción por parte de Dolores. Aquella manga no