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Página:Cuentos de Marineda - bdh0000109075.pdf/73

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E. Pardo Bazán

te: Concha podía absorberse en sus medifaciones. Un pilluelo pasó por la calle tarareando la Barcarola del Orfeón. Entonces Concha se acordó de su novio. ¿Qué diria su novio si ella se hiciese cómica? ¡Bah! ¿Y qué había de decir después de su comportamiento de ayer?

No la había puesto allí en ridículo, delante de todo el mundo, dándola el desaire de marcharse y de no echarle la corona, precisamente el día en que?... Por un momento interrumpió el claveleo de alfileres, conmovida, a pesar suyo, con el recuerdo del jardín. ¡Vaya un agradecimiento ¡Sólo por eso se alegraba ella de que viese aquel majadero que no le necesitaba y que podía arreglarse de otro modo y buscar se otra vida! ¡Que rubiase Ramón! ¡Cuidado con el día que había escogido para darle un disgusto!

Dolores costa con furor, mientras su hermana preparaba. Sus dedos flacos volaban sobre la tela. Pero a eso de las cuatro, levantóse, dobló la labor y se preparó a salir.

Concha, viéndola descolorida, se aproximó, preguntándola si estaba enferma. Dolores la rechazó con sequedad.

—No voy a casa, no... No tengo nada: ¡Jesús, qué cuidado te tomas! Déjame, déjame... voy a donde tengo que ir: yo volveré a buscarte al acabarse la costura... Y si por casualidad no vengo, sal y espérame en casa.