—Di: ¿qué has pensado?
—A mí nadie me quira de la cabeza que aquel maldito vejete del cómico lo que busca en mi hermana es una muchacha guapa, sana e ino cente... Señor, en el teatro se la comía con los ojos... Yo no quiero, no quiero que mi hermana se pierda: para perdida... basto yo.
—Eso que piensas—murmuró el confesor sonándose, como si quisiese dejar expedita la mariz y el entendimiento—podrá ser un juicio temerario: lo cierto es que esa profesión es sumamente arriesgada, y sólo por favor especial de Dios... No, yo no diré que sea imposible vivir honestamente una actriz... Pero al cabo, el que anda con fuego...
—Se quema, sí, señor, se quena; es mi malanza—aseveró Dolores.
Transcurrieron breves minutos de silencio, durante los cuales sólo se oyó la respiración algo agitada de la modista. Por fin el confesor habló.
—Mándamela aquf— dijo. — Yo le haré ver...
—No quiere, señor, no quiere. Dice que la cartilla sólo manda confesarse una vez al año, y que ella se confiesa ires o cuatro y que le basta bien... Que no peca fanto para tener que confesarse a cada hora... Que ni por tanta confesión es uno bueno... ¡Las muchachas de hoy en día tienen poca religión! Y como oyen