hablándola... a... solas... es decir... con cieria libertad, ¿eh? Y no te apures... animo.
Dolores se alzó como suele alzarse quien se postra al pie de un confesonario, confiada y serena. Aunque extrañaba algo el consejo.fuerza es decirlo—, su espíritu, acostumbrado a ser allí dócil como el de un niño. reposaba en la opinión ajena. Tomó en derechura el amino del taller, porque ya anochecía y el farotero, dejando un rastro de luz. corría por las calles, enlodadas con la lluvia menuda.
Acercóse a la puerta, y tropezó en ella con un bulto que interceptaba el paso en las tinieblas del portal. Retrocedió asustada: mas la voz la tranquilizó.
—Soy yo, no hay miedo—dijo con aicgre entonación el que era.
—¡Callal Ramón! ¿Está V. aguardando por Concha?
Justamente... y por V. también... Porque lengo una noticia, una gran nolicia que darles.
—¡Alabado sea Dios! ¿Con que ya se le pasó a V. la ventolera de ayer? ¡Qué hombres! ¡Parecen locos, así Dios me salve!
Ramón bajaba la cabeza confuso, según pudo ver Dolores a la luz del farol que encendían enfrente.
—Y qué quiere V.... No, yo conozco que fiene V. razón; hice bastante mal, y estuve un poco acalorado y un poco imprudente. No