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Página:Cuentos de Marineda - bdh0000109075.pdf/85

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E. Pardo Bazán

El quinqué, bien despabilado, ardia con clara luz sobre la mesilla de la máquina: la habitación arregladita, con sus dos camas limpias, revelaba cierto bienestar humilde; y en el sofá, libre a la sazón de todo estorbo de frajes, una pareja se hablaba muy de cerca, casi al oído, en esa estrecha proximidad que origina un solo estado del alma; actitud elocuenre, que con ninguna otra se confunde. Separáronse y levantáronse de pronto al ver entrar gerle, ella confusa, encendida y casi sin habla, él serio y sorprendido. No era Gormaz hombre de pararse en tales frusierias, ni menos Estrella; y ambos, en su agitada vida de comediantes, habían visto hartas cosas, para que les asustase un coloquio amoroso; así es que Gormaz, haciendo caso omiso de Ramón, se adelanto hacia la chica, y sin preámbulos.

—Conchita—dijo—aquí está el señor EsIrella en persona, y viene a saber la respuesta de lo que hablamos esta mañana.

No sabía Concha qué cara poner, y se desvivía ofreciendo a los dos actores sitio en ci sofá, y balbuciendo mil disculpas por recibirles de aquel modo, como si ella pudiese recibiries de otro. Gormaz cortó el hilo de sus cumplimientos, repitiendo: —No se moleste V.. hija... Estamos perfecfanente... Sólo queremos saber la contestacien: nada más.