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Página:Cuentos de Marineda - bdh0000109075.pdf/86

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Cuentos de Marineda

—Eso es añadió Estrella con su campe chana corfesiu...—Hable V., hija, porque sentiríamos mucho molestarta.

Concha lanzó a Dolores una mirada oblicua, implorando socorro; pero Dolores, firme en la senda emprendida, no pestañeó.

—Qué sé yo...—murmuró la niña.—Lo que quiera mi hermana.

Ramón. de pie. presenciaba la escena sin comprenderla.

—Tome V. asiento, joven—indicó Gormaz.

—Mil gracias, estoy bien.

Dolores, haciéndose la desentendida, contestó apaciblemente: —No, hija, quien debe decidir eres tú... Yo no tengo vela en este entierro. Al fin se trata de una cosa para roda la vida... Me lavo las manos.

—Su hermanita de V. piensa muy acer—adamente afirmó Gormaz...—Conque usted, Conchita, V. ha de resolver... Sea usted franca.

Concha miró al suelo, reiorció la mano izquierda con la derecha, exhaló un teve suspiro, y al fin declaró: —Pues yo... a la verdad... confieso que..que no me gusia, vamos, que no pienso... tra bajar... para el teatro. No señor; he reflexionado, y no me resuelvo a eso.

Estrella y Gormaz se levantaron a un tiem