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Página:Cuentos de Marineda - bdh0000109075.pdf/87

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E. Pardo Bazán

pu, algo mohinos. Los dos comprendían que era ocioso y desairado insistir. Pidieron mil disculpas, como gente corrés que eran, y no lardaron en bajar la escalera que tan trabajosamente habían subido, alumbrándoles esta vez, con un encendido cabo de vela. Dolores, que no les soltó hasta verles en el portal.

Cuando ambos actores salieron a la calle, la hermana mayor que acababa de murmurar i vayan Vds. con Dios muy meliluo, alzó le mano y les hizo enérgicamente la cruz, diciendo entre dientes: —Y que nunca más parezcáis por aquí, amen.

Gornaz y Estrella caminaron silenciosos breves instantes: de pronto, volviéndose, se encararon el uno con el otro, seguros de expreser un misme pensamiento. Gormaz meneó la cabeza: —Con el novio hemos tropezado, Juanillo.

No hay peor fropiezo—afirmó Estrella sacando la petaca...—¡Y qué lástima de chica!

¡Decir que tiene la voz de Concepción Rodríguez; ¡Volo a sanes! ¡No se vería deniro de un año oira dama joven como ella! Juraría que se le pasaban ganas de venirse... Ahí se queda para siempre, sepultada, obscurecida...

—¡Bah! murmuró Gormaz. Y quién sabe si la acierta. hijo! A veces en la obscuridad se vive más sosegado... Acaso ese novio,