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—Ó sábio Ibrahim, pide lo que quieras, que tengo órden de proveerte de todo lo que necesites en tu soledad.

—Pues entonces, dijo el filósofo, no me desagradaria el tener conmigo algunas bailarinas.

—¡Bailarinas! esclamó sorprendido el tesorero.

—Sí, bailarinas, repitió gravemente el sábio; pero con pocas habrá bastante, porque yo soy un viejo y un filósofo: mis costumbres son muy sencillas y sé contentarme con poco; solo os encargo que sean jóvenes y graciosas, porque la vista de la juventud y la hermosura alegra y reanima la vejez.»

Mientras el filósofo Ibrahim Eben Abou Agib pasaba sábiamente su vida del modo que se ha dicho en su