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de finísimas perlas; los diamantes que brillaban en su frente rivalizaban con la hermosura de sus ojos, y de la cadena de oro que pendia de su cuello colgaba hasta el lado izquierdo una lira de plata.

El fuego que lanzaban sus negros y brillantes ojos cayó á manera de rayo sobre el corazon de Aben-Habuz, que á pesar de su vejez, todavía era combustible, y estaba contemplando con éxtasis el esvelto y gracioso talle de la jóven.

«¡Ó la mas hermosa de las mugeres! esclamó; ¿quién eres? ¿cómo te llamas?

—Soy hija de uno de los príncipes godos, á quienes obedecia hace poco este pais. Los egércitos de mi padre han quedado destruidos como por encanto en esas montañas: él