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testacion, respondió con cierta secatura: «Á mas de una bella consolé yo en mi tiempo; pero dejemos esto. Ahora vengo como embajador de un príncipe real. Sabe, ó princesa, que Ahmed Al Kamel, príncipe de Granada, acaba de llegar en busca tuya, y se halla en este momento en la florida ribera del Tajo.»

Á estas palabras brillaron los ojos de la princesa con mas fuego que los diamantes de su corona.

«¡Ó el mas amable de los papagayos, dijo, benditas sean las nuevas que me traes! La duda en que me hallaba acerca de la constancia del príncipe me tenia ya á la orilla del sepulcro. Vuelve al príncipe, y asegúrale que todas las palabras de su carta están grabadas en mi corazon, y que sus versos han sido el