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en todos los pabellones, en todo el campo se levantó al momento un murmullo de placer y sorpresa; y los príncipes, que solo aspiraban á su mano atraidos por la nombradía de su belleza, sintieron que se redoblaba estraordinariamente su ansia de combatir.

Mas la princesa se mostraba inquieta, y ora pálida, ora con el color encendido, tendia la vista por la multitud, y sus miradas indicaban temor y disgusto. Ya los clarines iban á dar la señal para el primer combate, cuando anunció un heraldo la llegada de un caballero estrangero, y entró en la liza el príncipe Ahmed. Llevaba sobre el turbante un almete de acero, guarnecido de piedras preciosas; la coraza era dorada; la cimitarra y el puñal, fabricados en