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su rango; pero fue mucho peor, porque siendo mahometano no podia tomar parte en un torneo, cuyo premio era la mano de una princesa cristiana.

Rodeáronle con ademan altivo y amenazador los príncipes sus competidores; y uno de ellos, notable por sus insolentes maneras y talla hercúlea, quiso poner en ridículo el tierno renombre de peregrino de amor. Ofendido el príncipe desafió lleno de furia á su rival: volvieron las riendas, tomaron campo y corrieron impetuosos á encontrarse; mas al primer bote de la lanza mágica, el indiscreto bufon, á pesar de su enorme estatura y fuerza prodigiosa, saltó de la silla. Hubiera querido Ahmed detenerse aquí, mas las habia con un caballo endemoniado y