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milde trage de un árabe del desierto, se pintó el rostro y las manos de color cobrizo, y quedó tal que nadie hubiera conocido en él al gallardo caballero que causára tanta admiracion y espanto en el torneo. Con un palo en la mano, una canasta al lado y una flauta campestre se dirigió á Toledo, y presentándose á las puertas de palacio, se anunció como un aspirante á la recompensa prometida por la curacion de la princesa. Los guardias querian arrojarle ignominiosamente. «¡Cómo! decian, ¿un beduino miserable podria hacer lo que han intentado en vano los primeros sábios?» Mas el rey, oido el alboroto y preguntada la causa, mandó que le presentasen aquel hombre.

«Poderoso rey, dijo Ahmed, te-