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obsequio del huésped, que para divertirnos habia reunido aquellos músicos aficionados y á las hermosas de la vecindad, y cuando salimos al patio vimos una verdadera escena de alegria española. Nos colocamos bajo el soportal con los huéspedes y el comandante, y pasando la guitarra de mano en mano, vino á parar en las de un alegre zapatero, que nos pareció el Orfeo de la tierra. Era un jóven de aspecto agradable, patilla negra, y las mangas de la camisa arremangadas hasta encima del codo. Sus dedos recorrian el instrumento con estraordinaria ligereza y habilidad, cantando al mismo tiempo algunas seguidillas amorosas, acompañadas de espresivas miradas á las mozas, con las que al parecer estaba en gran favor. En seguida bailó el