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traordinariamente; porque nuestro hombre era un verdadero andaluz, cuya jactancia igualaba cuando menos á su bravura. Iba siempre cargado con su sable como una niña con la muñeca; tan pronto le tenia en la mano como bajo el brazo, llamábale su santa Teresa, y solia decir: «Cuando le saco tiembla la tierra.»

Estuvimos hasta muy tarde oyendo las conversaciones de tan diversos personages, que platicaban juntos con toda la franqueza de una posada española. Oimos cantares de contrabandistas, historias de ladrones, antiguos romances moriscos, y por fin de fiesta, nuestra bella huéspeda cantó los infiernos, ó las regiones infernales de Loja, que son unas cavernas sombrías, por donde corren y se precipitan con espantoso