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el jardinero tartamudo, me traía flores acabadas de coger, y la diestra mano de Dolores, que no dejaba de tener cierto orgullo mugeril en la decoracion de mi cuarto, las colocaba luego en jarros dispuestos al intento. Almorzaba y comia segun el humor que reinaba, ya en una de las salas, ya bajo los pórticos del patio de los Leones, rodeado de flores y de fuentes; y cuando deseaba correr la campiña, mi infatigable escudero me acompañaba á los parages mas pintorescos de los montes ó valles inmediatos, refiriéndome en cada uno de estos puntos alguna aventura maravillosa de que habia sido teatro. No obstante mi aficion á la soledad, solia interrumpir la uniformidad de la mia, pasando algunos ratos con la familia de Doña Antonia,