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HORACIO QUIROGA

encuentren todas alrededor de la isla! ¡Veremos si van a pasar!

Y el ejército de dorados voló en seguida, río arriba y río abajo, haciendo rayas en el agua con la velocidad que llevaban.

No quedó raya en todo el Yabeberí que no recibiera orden de concentrarse en las orillas del río, alrededor de la isla. De todas partes: de entre las piedras, de entre el barro, de la boca de los arroyitos, de todo el Yabebirí entero, las rayas acudían a defender el paso contra los tigres. Y por delante de la isla, los dorados cruzaban y recruzaban a toda velocidad.

Ya era tiempo, otra vez; un inmenso rugido hizo temblar el agua misma de la orilla, y los tigres desembocaron en la costa.

Eran muchos; parecía que todos los tigres de Misiones estuvieran allí. Pero el Yabebirí entero hervía también las rayas, que se lanzaron a la orilla, dispuestas a defender a todo trance el paso.

—¡Paso a los tigres!

—¡No hay paso!— respondieron las rayas.