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CUENTOS DE LA SELVA

—¡No podremos resistir más!— le dijeron tristemente las rayas. Y aun algunas rayas lloraban, porque veían que no podrían salvar a su amigo.

—¡Váyanse, rayas!— respondió el hombre herido. —¡Déjenme solo! ¡Ustedes han hecho demasiado ya por mí! ¡Dejen que los tigres pasen!

—¡NI NUNCA!— gritaron las rayas en un solo clamor. —¡Mientras haya una sola raya viva en el Yabebirí, que es nuestro río, defenderemos al hombre bueno que nos defendió antes a nosotros!

El hombre herido exclamó entonces, contento:

—¡Rayas! Yo estoy casi por morir, y apenas puedo hablar; pero yo les aseguro que en cuanto llegue el winchester, vamos a tener farra para largo rato; ¡esto yo se lo aseguro a ustedes!

—¡Sí, ya sabemos!— contestaron las rayas entusiasmadas.

Pero no pudieron concluir de hablar, porque la batalla recomenzaba. En efecto: los tigres, que ya habían descansado, se pusie-