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CUENTOS DE LA SELVA

pos esas cápsulas, y les llaman trompitos de eucalipto.

—Esto es lo que voy a hacer —dijo la culebra.— Fíjate bien, atención!

Y arrollando vivamente la cola alrededor del trompito como un piolín, la desenvolvió a toda velocidad, con tanta rapidez que el trompito quedó bailando y zumbando como un loco.

La culebra se reía, y con mucha razón, porque jamás una abeja ha hecho ni podrá hacer bailar a un trompito.

Pero cuando el trompito, que se había quedado dormido zumbando, como les pasa a los trompos de naranjo, cayó por fin al suelo, la abeja dijo:

—Esta prueba es muy linda, y yo nunca podré hacer eso.

—Entonces, te como —exclamó la culebra.

—Un momento! Yo no puedo hacer eso; pero hago una cosa que no hace nadie.

—-Qué es eso?

—Desaparecer.

—Cómo? exclamó la culebra dando