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CUENTOS DE LA SELVA

—Rica, papa!... ATENCION!

¡Más cer-ca áún! — rugió el tigre, agachándose para saltar.

—Rico, té con leche!... CUIDADO, VA A SALTAR!

Y el tigre saltó, en efecto. Dió un enorme salto, que el loro evitó lanzándose al mismo tiempo como una flecha al aire. Pero también en ese mismo instante el hombre, que tenía el cañón de la escopeta recostado contra un tronco para hacer bien la puntería, apretó el gatillo, y nueve balines del tamaño de un garbanzo cada uno, entraron como un rayo en el corazón del tigre, que lanzando un bramido que hizo temblar el monte entero, cayó muerto.

Pero el loro, ¡qué gritos de alegría daba! Estaba loco de contento, porque se había vengado — ¡y bien vengado! — del feísimo animal que le había sacado las plumas.

El hombre estaba también muy contento, porque matar a un tigre es cosa difícil, y además tenía la piel para la estufa del comedor.

Cuando llegaron a la casa, todos supie-