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HORACIO QUIROGA

que no quedó nada del dique. Ni un tronco, ni una astilla, ni una cáscara. Todo había sido deshecho a cañonazos por el acorazado. Y los yacarés hundidos en el agua con los ojos y la nariz solamente de fuera, vieron pasar al buque de guerra, silbando a toda fuerza.

Entonces los yacarés salieron del agua y dijeron:

—Hagamos otro dique mucho más grande que el otro.

Y en esa misma tarde y esa noche misma hicieron otro dique, con troncos inmensos. Después se acostaron a dormir, cansadísimos, y estaban durmiendo todavía al día siguiente, cuando el buque de guerra llegó otra vez, y el bote se acercó al dique.

—¡Eh, yacarés! — gritó el oficial.

—¡Qué hay! — respondieron los yacarés.

—¡Saquen ese otro dique!

—¡No lo sacamos!

—¡Lo vamos a deshacer a cañonazos como al otro!

—Deshagan... si pueden!

Y hablaban así con orgullo porque esta-