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LA GAMA CIEGA
abía una vez una venado, —una gama— que tuvo dos hijos melizos, cosa rara entre los venados. Un gato montés se comió a uno de ellos, y quedó sólo la hembra. Las otras gamas, que la querían mucho, le hacían siempre cosquillas en los costados.
Su madre le hacía repetir todas las mañanas, al rayar el día, la oración de los venados. Y dice así: