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CUENTOS DE LA SELVA

amarilla en la cintura, que caminaban por encima del nido. El nido también era distinto; pero la gamita pensó que puesto que estas abejas eran más grandes, la miel debía de ser más rica.

Se acordó asimismo de la recomendación de su mamá; mas creyó que su mamá exageraba, como exageran siempre las madres de las gamitas. Entonces le dió un gran cabezazo al nido.

¡Ojala nunca lo hubiera hecho! Salieron en seguida cientos de avispas, miles de avispas que la picaron en todo el cuerpo, le llenaron todo el cuerpo de picaduras, en la cabeza, en la barriga, en la cola; y lo que es mucho peor, en los mismos ojos. La picaron más de diez en los ojos.

La gamita, loca de dolor, corrió y corrió gritando, hasta que de repente tuvo que pararse: tuvo que pararse porque no veía más; estaba ciega, ciega del todo.

Los ojos se le habían hinchado enormemente, y no veía más. Se quedó quieta entonces, temblando de dolor y miedo, y sólo podía llorar desesperadamente: